La Lengua Azul
La Lengua Azul
Había helados más cremosos, otros con más chocolate. Pero elegirlos era jugar sobre seguro. La Lengua Azul era una declaración de intenciones. Era elegir la travesura. Era saber que la diversión no terminaba con el último mordisco, sino que apenas comenzaba.
Era un ritual. El primer contacto era ese sabor a piña helada que te hacía cerrar los ojos, un alivio instantáneo contra el sol de la tarde. Lo comías rápido, apurado por la misión principal, hasta que de pronto sentías un cambio de textura: el corazón de chicle, ese centro dulce y misterioso.
Y entonces, empezaba el juego.
La primera mirada a un amigo, abriendo la boca de par en par. La risa explosiva al ver cómo ese color intenso, casi eléctrico, se había apoderado de todo. Era nuestro código secreto, nuestro tatuaje temporal. Competíamos por ver quién la tenía más azul, comparábamos tonalidades como si fuéramos artistas exhibiendo nuestra obra maestra. No necesitábamos espejos; nos teníamos los unos a los otros.
"¡A ver la tuya!", gritábamos entre risas, con la "s" arrastrada por el helado derretido.
La Lengua Azul es más que un helado. Es el sabor de esos pactos de amistad sellados con una sonrisa pintada. Es el recuerdo de tu mamá diciendo "¡Pero mira cómo te has puesto!", mientras por dentro sonreía también. Es la prueba de que la alegría más pura a veces viene en el color más artificial.
Hemos recreado ese refrescante sabor a piña y ese chicle de frambuesa no solo para que lo recuerdes, sino para que lo sientas. Para que, por un instante, vuelvas a ser ese niño que sabía que un poco de color en la lengua era el pasaporte a las mejores risas del verano.
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